Yacía. Su rostro erguido estaba
pálido y rehusando en la alta almohada,
desde que el mundo y este saber-de-él,
arrancados de sus sentidos,
volvieron a caer al año indiferente.
Los que le vieron vivir así no sabían
hasta qué punto él era uno con todo esto;
pues esto: estas honduras, estos prados
y estas aguas eran su cara.
Oh, su cara era toda esta amplitud,
que aún quiere llegar hasta él y le solicita;
y su máscara, que ahora muere temerosa,
es tierna y abierta como el interior
de una fruta, que al aire se corrompe.
Rainer Maria Rilke
(enviado por Ricardo Guimaraynz)
sábado, 17 de julio de 2010
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