lunes, 4 de abril de 2011

MARIO TREJO

El Combate verbal
UNA FABULA

La poesía corre siempre el riesgo de comete incesto
con la magia y la religión. Cuando la trasgresión se
consuma, se convierte entonces en una poesía esotérica,
un rito de iniciación en el cual las palabras son a la
vez velo y vestíbulo de una verdad que está más allá,
en otra parte que no conocen las palabras. El acto de
crear, el momento mismo de la creación es, en estos
casos, la experiencia más cercana a la mística, que es,
por definición, no verbal.

Puede argumentarse que una poesía que solicita el
conocimiento de claves ocultas o de guiños culturales
es hermética. Para que la ostra vuelva a abrirse y permita
la esperanza de una perla es necesario, entonces,
creer. Creer en la experiencia literaria. ¿Qué quiere
decir, en este caso, creer? Sospecho, con temor y duda,
que cuando las palabras no nos remiten a un código familiar
y domesticado debemos leer en ellas los nombres de un
planeta desconocido, nombres para llamar a seres animales
y vegetales surgidos tal vez del silicio y no del carbono,
piedras desmesuradamente, a pequeñas para imaginar
su peso atroz, rocas ásperas a la vista y dulcemente
verdes al tacto, colores que el arco iris olvido.

Hay un modo único, engendrador, de experimentar
toda poesía, gota que oigo caer, veo caer, digo caer.
Se trata de luchar duramente con su lenguaje. Si al
cabo del combate uno no puede narrarlo con otras
palabras y otros gestos, si sentimos que ya no somos
el mismo de antes, que algo ha cambiado en nosotros
(no importa, si creencias, sentimientos o actitudes),
entonces quiere decir que la poesía ha tenido lugar,
que ocupa ya su lugar dentro de nuestra mente y de
nuestro cuerpo.
La ostra se ha abierto. Dentro de nosotros brilla
una perla.


Mario Trejo

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